OBRA

No existe, al menos que sepamos, un catálogo de la ingente obra pictórica de Miguel Pradilla, pero sí se conoce su constante trabajo como pintor durante más de 60 años, pues continuó pintando hasta días antes de su fallecimiento con plena dedicación. De ello da fe, como decimos, la obra que dejó (se calcula alrededor de unas 4000 obras, además de bocetos y apuntes, dispersas en colecciones privadas de España, América Latina y Estados Unidos), pintando muchos lienzos por encargo ante la gran demanda que tuvo.

Cultivó diversos géneros, destacando los dedicados al paisaje de alta montaña ; de pueblos y regiones de España e Italia que recorría a lo largo de sus viajes, en los que reflejaba aspectos costumbristas, destacando su gusto por pintar pequeños personajes populares realizando actividades cotidianas y escenas domésticas o asistiendo a fiestas y procesiones; paisajes castellanos de siega ; sus espléndidas marinas de diversas partes del norte de España (Galicia, Asturias, País Vasco, Costa Brava etc.), de Italia y Portugal, muchas de ellas pobladas de bañistas en alegres y soleados días festivos ; en otras, escenas de pesca, representando pescadores saliendo del puerto o volviendo de faenar con sus cestas llenas de peces para su venta en la plaza. Destaca también en él, sus retratos realizados tanto por encargos individuales, como de personajes anónimos, cargados todos ellos de fuerte personalidad y, además, su gusto por resaltar la figura femenina, tanto en retratos como desnudos con gran belleza, delicadeza y elegancia, no de forma clásica, situados en primera línea de playa con el mar de fondo. Dentro de este tema, quiero destacar un conjunto de muchachas en la playa, una de ellas, una adolescente que se representa con gran ingenuidad y belleza y, así mismo, es de destacar la figura femenina representando a la República Francesa, pintada con gran sobriedad y elegancia.

 El tema religioso también es característico de la obra de Miguel Pradilla, ya sea en figuras exentas (como una interesante “Inmaculada” o en actos procesionales de fiestas patronales de muchos pueblos españoles.

Como decimos, es una característica de su obra, el resaltar al ser humano en sus múltiples facetas, lo que proporciona a su obra un gran colorido y vistosidad, infundiendo vida y alegría. Y es que Miguel Pradilla practicó el costumbrismo desde una óptica muy personal, muy propia que le hace distinguirse de otros pintores de su época, incluso de la pintura de su padre, pues refleja una gran naturalidad y espontaneidad que transmite al espectador.

Como señala el propio Miguel Pradilla en la entrevista que, el 17 de diciembre de 1944, publicó la Revista “Fotos” con ocasión de una de sus exposiciones en la Sala Aeolian, en Madrid:

“Me eduqué en la escuela de mi padre y fue mi único maestro. Viéndole pintar a él, escuchando sus impresiones, observando sus pinceladas, sus rasgos, he ido aprendiendo porque junto con la enseñanza surgió en mí una vocación irrefrenable “.

   
Otra característica de su obra es el gusto por el estudio de celajes que adquieren, en la mayor parte de su obra, una destacada importancia y en los que fue un gran especialista, celajes que se reflejan en mares, ríos, colinas y montañas.

En lo que respecta a las técnicas pictóricas que utilizó a lo largo de su vida, estuvo interesado no sólo en el óleo sino, también, en la acuarela y el dibujo realizando, no obstante, la mayor parte de su obra al óleo sobre lienzo, madera y cartón como soportes preferidos.

   
En cuanto a su sistema de trabajo, es curioso resaltar que tenía a la naturaleza como centro absoluto, quizá, por su gran afición al deporte y cómo, a diferencia de su padre, gran parte de su obra la ejecutó al aire libre, sin terminarla en el estudio, lo que le permitió estudiar directamente la naturaleza, las puestas de sol, los amaneceres, el brillo del agua, el reflejo del sol en montañas y colinas, ríos y mares y sus contrastes de luz, interpretando con ello la naturaleza y los personajes con un carácter muy personal. Se trata de un rasgo de influencia claramente impresionista, que le llevo a buscar, ante todo, la plasmación de la atmósfera, el colorido y la vida de un lugar concreto. De ello da fe, la gran cantidad de cuadros de pequeño formato que realizó como único medio que hacia posible pintar al aire libre y que, en ocasiones, eran motivo para realizar cuadros de mayor tamaño. Estos cuadros de pequeño formato o, también llamados “ de gabinete ” constituyen, todos ellos verdaderas obras de arte, enormemente vistosas para el espectador pese a su tamaño reducido y demuestra que Miguel Pradilla fue un virtuoso del pincel dada la dificultad que entraña representar pequeñas figuras en movimiento en cuadros de pequeñas dimensiones.

Los críticos de la época afirmaban que Miguel Pradilla siguió la Escuela naturalista que fundó en Roma, su padre, pero conocedor de los vientos nuevos de la pintura que le tocaron vivir, le dio un carácter más moderno a su estilo. Y, así, lo afirmaba en su entrevista para la revista “Fotos” (17-12-1944): “he tendido a la pincelada más amplia, con cierta inclinación al género impresionista y luminoso ”. En este sentido señalan Ana García Loranca y Ramón García-Rama en su libro “Francisco Pradilla Ortiz. Vida y Obra ” (1987), en cuanto a la comparación que frecuentemente se produce entre padres e hijos que se dedican a la misma profesión, lo siguiente: “ Miguel, el único hijo de todos ellos, que dotado especialmente para la pintura siguió la afición heredada de su padre, ocurriendo tal vez, como suele pasar frecuentemente en estos casos, que presionado por la personalidad del padre y soportando permanentemente el “ es hijo de … ” y las consabidas comparaciones …Al acometer temas similares a los de su padre, copiando incluso alguno de ellos, y concluyendo varias de las obras del maestro, a su fallecimiento su producción pictórica ha llegado a la confusión en múltiples ocasiones en cuanto a la paternidad de las mismas ”.

Referencias bibliográficas de Miguel Pradilla se encuentran en el libro “Francisco Pradilla Ortiz. Vida y Obra”, de los autores Ana García Loranca y Ramón García Rama (1987), en el que aluden a sus indiscutibles condiciones pictóricas, haciendo alusión a la obra que del mismo posee el Museo Nacional de Bellas Artes de Río de Janeiro “Martín Alonso Pinzón”. Así mismo se cita a Miguel Pradilla en las obras de Wifredo Rincón García titulado “Francisco Pradilla” (1999) y “Una colección inédita de Francisco Pradilla” (colección Aburto, 2001). Recuerda Pardo Canalís, en su artículo conmemorando el nacimiento de Francisco Pradilla, titulado “Hablando con el hijo de Pradilla”. Revista Aragón (Zaragoza, 1948) una anécdota que le contó Miguel Pradilla:

“Jamás olvidaré que la lección de más positiva influencia en mi formación a él se la debo… cuando más ilusionado me encontraba de haber pintado un cuadro digno, al menos, de su hijo, se lo presenté a él, esperando oír de sus labios halagadores elogios. Lo vio, le pidió el pincel y, como si fuera a corregir algún detalle por mi desatendido, con cuatro pinceladas me lo embadurnó suavemente, dejándome desconsolado. Cuando más adelante apunté, con timidez la creencia de que no lo había pintado yo tan mal, me replicó ¡S i estaba muy bien! Lo que ocurre es que te estabas envaneciendo demasiado y así nunca serás un buen pintor porque quien tal se aprecie nunca debe estar contento de su trabajo puesto que siempre se puede mejorar “.

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