Difusión de la Exposición en el Espacio Cultural MIRA en ABC Cultural
10:38:00Reproducción del artículo publicado en ABC Cultural sobre la exposición de Francisco y Miguel Pradilla en el Espacio Cultural Mira, con una ...
Dialogo artístico entre los dos Pradillas
10:36:00Magnífico artículo sobre la exposición “Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista” porque ha captado la esencia de...
Magnífico artículo sobre la exposición “Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista” porque ha captado la esencia de la misma, esto es, no comparar a padre e hijo, pues ambos son hijos de su tiempo y de sus distintas personalidades:
Francisco Pradilla. Retrato de mujer joven. 1917. óleo lienzo. Museo de Zaragoza. Foto. José Garrido
José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas
Los grandes genios son siempre difíciles de encasillar, por eso sus figuras son tan atractivas, porque suponen una constante ruptura del estilo característico. El arte de Pradilla, fuera de las corrientes de las vanguardias históricas e inscrito en un estilo tardorromántico, nunca faltó a una extraordinaria calidad, no en vano, sería el gran periodista aragonés, Mariano de Cavia, quien le citaría como “el mejor pintor aragonés después de Goya”. Buena prueba de ello fueron las distinciones y premios que a lo largo de toda su vida recibió, su clientela que estuvo formada por toda la alta burguesía, la nueva y la vieja aristocracia y el propio Estado. Pero aquella “gloria nacional”, que llegó a ser Pradilla, con obras como Doña Juana la Loca, La Rendición de Granada o El suspiro del moro, y que le otorgaron fama y reconocimiento mundial, se fue marchitando, y frustrado por su quiebra económica, y decepcionado por la situación del arte nacional y por la vana esperanza de su renovación, se fue aislando voluntariamente, refugiándose en su estudio de la calle Quintana esquina Paseo Pintor Rosales, sin mostrar en exceso su obra, ni formar discípulos, dedicándose por entero a su pintura y a la venta de sus obras a los marchantes. Paradójicamente Pradilla en aquella época era el que más vendía, el más apreciado y el que más cobraba. Un gran pintor, con una dilatada actividad y amplia obra, que abordó casi todos los géneros al uso de la época, haciéndonos participe de todo cuanto ante sus ojos aparecía, llevando a la práctica los más diversos asuntos y las temáticas más variadas, desde los grandes lienzos de carácter histórico, el retrato, las diversas versiones alegóricas o mitológicas, prestando atención a sucesos o personas de su entorno emocionándonos en las íntimas escenas costumbristas o elevando nuestro espíritu ante la sabiduría de la naturaleza en los paisajes de su Aragón natal, Madrid, Galicia y sobre todo Italia. Partiendo de un decadente romanticismo supo asimilar los hallazgos naturalistas franceses y el preciosismo de la pintura romana, dotando a su obra de una dosis peculiar de luz y atmósferas de intensidad y belleza. Nada nuevo bajo el sol, los más de mil cuadros que conforman su obra, entre los que predominan los óleos pero también las acuarelas, han sido estudiados y cuidadosamente catalogados por Wifredo Rincón García en 1987, y definitivamente en 1999.
Sin embargo, una nueva exposición, no sólo recuerda al genio aragonés, sino que recupera la figura de su hijo, Miguel Pradilla (Roma 1884- Madrid 1965), pintor, piloto de carreras e incansable viajero. El espacio Cultural MIRA, de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, alberga una singular exposición, bajo el título Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista. A pesar de no ser la primera vez que las obras del padre y del hijo, comparten un mismo espacio- en 1911 y 1912 Miguel Pradilla presentó obra junto a su padre en las exposiciones de Pinelo de Buenos Aires y de Río de Janeiro-, lo cierto es que estamos ante una muestra inédita hasta el momento, porque los dos pintores se encuentran reunidos en una exposición conjunta, buscando un terreno común para el diálogo. La exposición está comisariada por Soledad Cánovas del Castillo y cuenta como comisaria técnica con Sonia Pradilla, nieta y bisnieta de los dos pintores, empeñada en rescatar del olvido las obras de su abuelo Miguel, y de rendir un merecidísimo homenaje a la consolidada trayectoria artística de su bisabuelo, Francisco Pradilla. La muestra, que no sigue un orden cronológico, sino por géneros y temas, está compuesta por 125 obras de dos generaciones; Cuenta con préstamos de colecciones privadas y de varios museos españoles, de los cuales destacamos: Lavanderas gallegas (1887), Lavanderas en el río (1913) y la obra Dulce despertar (1911), todas ellas procedentes del Museo Carmen Thyssen Málaga, la obra Viernes Santo en Madrid. Paseo de mantillas (1914), procedente del Museo de Historia de Madrid, y por parte del Museo de Zaragoza, se han cedido dos obras: Estudio de caballo para el suspiro del moro (1887) y el Retrato de mujer joven (1917), todas ellas del insigne Francisco Pradilla, del que sorprende no encontrar ninguna obra procedente del Museo Nacional del Prado, institución de la que fue brevemente director; En cuanto a su hijo, Miguel, recordemos que la obra que se nos presenta es inédita, y por tanto aporta una visión diferente a la manera y forma de pintar de su padre. Por aportar unas pequeñas pinceladas, sobre el hijo de Pradilla, podemos decir que, nació en Roma, durante la larga estancia de su progenitor en esta ciudad, tras estudiar bachillerato en el instituto de San Isidro de Madrid, decidió cursar ingeniería, estudios que abandonó para formarse entre 1902 y 1906 en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. La herencia artística paterna fe un orgullo, pero también una carga que le acompañó hasta el final de sus días. El ser “hijo de” no le proporcionó grandes ventajas, todo lo contrario, pues inevitablemente siempre fue comparado con él, quedando siempre en un segundo plano.
Sí analizamos en conjunto la exposición, veremos dos visiones diferentes de la vida, por un lado la del hombre de buena cuna frente al hecho a sí mismo. Inevitablemente hay algo del juego de las siete diferencias a lo largo del recorrido. Ambos artistas frecuentaron los mismos temas: retratos, costumbrismo italiano y español, paisajismo, acuarelas y dibujos, y mientras que Francisco Pradilla expande literalmente las composiciones, inventa su propia y bien matizada paleta de colores y vuelve sus ojos hacia las nubes y la naturaleza para emplear el paisaje como fuente de emoción, Pradilla González, ofrece una pintura a plein air, amable, alegre y agradable a la vista, sin buscar visiones atormentadas de la naturaleza. La yuxtaposición de estos maestros resulta una suma mayor aún cuando no coinciden, como en el caso de las obras: Tarjetero de mi estudio (1916), de Pradilla, obra de empaque, realizada con un contenido alegórico, a modo de testamento visual del pintor, evocando otros tiempos de éxitos, en contraposición con la obra de su hijo, titulada, Florero con lirios. Ambos artista, trataron el mismo tema, aunque ninguno de los dos lo cultivaría, pero dejarían diversos estudios y apuntes de flores, hortensias…etc… Sin embargo, a pesar de ser el mismo tema tratado, Pradilla González, denota cierto vanguardismo, en pos del academicismo imperante de su padre, lo mismo sucede en dibujos y las acuarelas. La exposición no pretende bajo ningún concepto, que uno salga de allí con un ganador de la justa entre los dos pintores, sino con la idea de que la obra del padre, influyó en la del hijo, pero este, mantuvo un estilo propio que le identifica, pues recordemos que Miguel Pradilla, a pesar de estar velado por la sombra de su padre, realizó más de 4000 obras y fue uno de los artistas más polifacéticos de su época
Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista. Espacio Cultural MIRA, Pozuelo de Alarcón, Madrid. Hasta el 25 de noviembre del 2018
Francisco Pradilla. Retrato de mujer joven. 1917. óleo lienzo. Museo de Zaragoza. Foto. José Garrido
Los grandes genios son siempre difíciles de encasillar, por eso sus figuras son tan atractivas, porque suponen una constante ruptura del estilo característico. El arte de Pradilla, fuera de las corrientes de las vanguardias históricas e inscrito en un estilo tardorromántico, nunca faltó a una extraordinaria calidad, no en vano, sería el gran periodista aragonés, Mariano de Cavia, quien le citaría como “el mejor pintor aragonés después de Goya”. Buena prueba de ello fueron las distinciones y premios que a lo largo de toda su vida recibió, su clientela que estuvo formada por toda la alta burguesía, la nueva y la vieja aristocracia y el propio Estado. Pero aquella “gloria nacional”, que llegó a ser Pradilla, con obras como Doña Juana la Loca, La Rendición de Granada o El suspiro del moro, y que le otorgaron fama y reconocimiento mundial, se fue marchitando, y frustrado por su quiebra económica, y decepcionado por la situación del arte nacional y por la vana esperanza de su renovación, se fue aislando voluntariamente, refugiándose en su estudio de la calle Quintana esquina Paseo Pintor Rosales, sin mostrar en exceso su obra, ni formar discípulos, dedicándose por entero a su pintura y a la venta de sus obras a los marchantes. Paradójicamente Pradilla en aquella época era el que más vendía, el más apreciado y el que más cobraba. Un gran pintor, con una dilatada actividad y amplia obra, que abordó casi todos los géneros al uso de la época, haciéndonos participe de todo cuanto ante sus ojos aparecía, llevando a la práctica los más diversos asuntos y las temáticas más variadas, desde los grandes lienzos de carácter histórico, el retrato, las diversas versiones alegóricas o mitológicas, prestando atención a sucesos o personas de su entorno emocionándonos en las íntimas escenas costumbristas o elevando nuestro espíritu ante la sabiduría de la naturaleza en los paisajes de su Aragón natal, Madrid, Galicia y sobre todo Italia. Partiendo de un decadente romanticismo supo asimilar los hallazgos naturalistas franceses y el preciosismo de la pintura romana, dotando a su obra de una dosis peculiar de luz y atmósferas de intensidad y belleza. Nada nuevo bajo el sol, los más de mil cuadros que conforman su obra, entre los que predominan los óleos pero también las acuarelas, han sido estudiados y cuidadosamente catalogados por Wifredo Rincón García en 1987, y definitivamente en 1999.
Sin embargo, una nueva exposición, no sólo recuerda al genio aragonés, sino que recupera la figura de su hijo, Miguel Pradilla (Roma 1884- Madrid 1965), pintor, piloto de carreras e incansable viajero. El espacio Cultural MIRA, de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón, alberga una singular exposición, bajo el título Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista. A pesar de no ser la primera vez que las obras del padre y del hijo, comparten un mismo espacio- en 1911 y 1912 Miguel Pradilla presentó obra junto a su padre en las exposiciones de Pinelo de Buenos Aires y de Río de Janeiro-, lo cierto es que estamos ante una muestra inédita hasta el momento, porque los dos pintores se encuentran reunidos en una exposición conjunta, buscando un terreno común para el diálogo. La exposición está comisariada por Soledad Cánovas del Castillo y cuenta como comisaria técnica con Sonia Pradilla, nieta y bisnieta de los dos pintores, empeñada en rescatar del olvido las obras de su abuelo Miguel, y de rendir un merecidísimo homenaje a la consolidada trayectoria artística de su bisabuelo, Francisco Pradilla. La muestra, que no sigue un orden cronológico, sino por géneros y temas, está compuesta por 125 obras de dos generaciones; Cuenta con préstamos de colecciones privadas y de varios museos españoles, de los cuales destacamos: Lavanderas gallegas (1887), Lavanderas en el río (1913) y la obra Dulce despertar (1911), todas ellas procedentes del Museo Carmen Thyssen Málaga, la obra Viernes Santo en Madrid. Paseo de mantillas (1914), procedente del Museo de Historia de Madrid, y por parte del Museo de Zaragoza, se han cedido dos obras: Estudio de caballo para el suspiro del moro (1887) y el Retrato de mujer joven (1917), todas ellas del insigne Francisco Pradilla, del que sorprende no encontrar ninguna obra procedente del Museo Nacional del Prado, institución de la que fue brevemente director; En cuanto a su hijo, Miguel, recordemos que la obra que se nos presenta es inédita, y por tanto aporta una visión diferente a la manera y forma de pintar de su padre. Por aportar unas pequeñas pinceladas, sobre el hijo de Pradilla, podemos decir que, nació en Roma, durante la larga estancia de su progenitor en esta ciudad, tras estudiar bachillerato en el instituto de San Isidro de Madrid, decidió cursar ingeniería, estudios que abandonó para formarse entre 1902 y 1906 en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. La herencia artística paterna fe un orgullo, pero también una carga que le acompañó hasta el final de sus días. El ser “hijo de” no le proporcionó grandes ventajas, todo lo contrario, pues inevitablemente siempre fue comparado con él, quedando siempre en un segundo plano.
Sí analizamos en conjunto la exposición, veremos dos visiones diferentes de la vida, por un lado la del hombre de buena cuna frente al hecho a sí mismo. Inevitablemente hay algo del juego de las siete diferencias a lo largo del recorrido. Ambos artistas frecuentaron los mismos temas: retratos, costumbrismo italiano y español, paisajismo, acuarelas y dibujos, y mientras que Francisco Pradilla expande literalmente las composiciones, inventa su propia y bien matizada paleta de colores y vuelve sus ojos hacia las nubes y la naturaleza para emplear el paisaje como fuente de emoción, Pradilla González, ofrece una pintura a plein air, amable, alegre y agradable a la vista, sin buscar visiones atormentadas de la naturaleza. La yuxtaposición de estos maestros resulta una suma mayor aún cuando no coinciden, como en el caso de las obras: Tarjetero de mi estudio (1916), de Pradilla, obra de empaque, realizada con un contenido alegórico, a modo de testamento visual del pintor, evocando otros tiempos de éxitos, en contraposición con la obra de su hijo, titulada, Florero con lirios. Ambos artista, trataron el mismo tema, aunque ninguno de los dos lo cultivaría, pero dejarían diversos estudios y apuntes de flores, hortensias…etc… Sin embargo, a pesar de ser el mismo tema tratado, Pradilla González, denota cierto vanguardismo, en pos del academicismo imperante de su padre, lo mismo sucede en dibujos y las acuarelas. La exposición no pretende bajo ningún concepto, que uno salga de allí con un ganador de la justa entre los dos pintores, sino con la idea de que la obra del padre, influyó en la del hijo, pero este, mantuvo un estilo propio que le identifica, pues recordemos que Miguel Pradilla, a pesar de estar velado por la sombra de su padre, realizó más de 4000 obras y fue uno de los artistas más polifacéticos de su época
Francisco y Miguel Pradilla. La tradición de la pintura naturalista. Espacio Cultural MIRA, Pozuelo de Alarcón, Madrid. Hasta el 25 de noviembre del 2018